8 mayo, 2024

La Opinión de Miguel Valdez Aguirre: QUE NOS SALVE EL DIABLO

Juan Comodoro buscando agua encontró petróleo, pero se murió de sed. Así dice Facundo Cabral al inicio de su canción Pobrecito del patrón.

La frase sigue provocándome reflexiones:

Juan es el pueblo. Juan pueblo: yo, tú, él, nosotros, ustedes y ellos. Diverso, contradictorio.

Buscar agua es apreciar la vida, el elemento natural necesario para producir alimentos, saciar la sed, limpiar el cuerpo y el entorno, trabajar para la realización humana plena, construir un mundo habitable y comprometernos para conservarlo y salvarlo.

Encontrar petróleo es otra cosa. El petróleo es riqueza, el oro negro, los veneros del diablo según la “Suave Patria” del poeta Ramón López Velarde, el tesorito oculto que quiso entregar Calderón a las compañías petroleras privadas y que Peña Nieto logró mediante la reforma energética de 2013, el chapopote que brotaba casi a flor de tierra en Évano, San Luis Potosí y al que los indígenas conferían propiedades curativas antes de la llegada de los españoles, en esa zona en la que en abril de 1904 se perforó el primer pozo petrolero. La riqueza que expropió el presidente Lázaro Cárdenas el 18 de marzo de 1938.

Todavía hoy el petróleo mueve a países, compañías y particulares en busca de la ganancia, el mercado, la globalización y los tratados comerciales.

Tener petróleo es una ventaja. Los países que lo tienen, si lo administran bien, pueden desarrollar su industria para convertirlo en gasolina, diésel, fertilizantes, plásticos, cosméticos y miles de derivados y productos.

Esos países, como México, pueden planear su desarrollo en beneficio del pueblo y una parte importante, principalísima de su plan debe ser no morir de sed, puesto que a ningún muerto de sed le sirve un carajo el petróleo.

Porque lo primero es lo primero: el agua, la vida. Pensar que el petróleo da agua es como creer que los institutos electorales dan la democracia.

Las personas que recurren a los tribunales electorales para que ponga orden dentro de su casa son como quienes adoran a la santa muerte para ser buenos o invocan al diablo para salvar su alma o buscan petróleo porque no encontraron agua.

Recurrir a los tribunales electorales es como quejarse con un árbitro que juega a favor del equipo contrario, como la mujer que se queja con los padres de su marido porque la golpea o como el hombre que pide a los padres de su mujer alguna cosa a su favor. Si los árbitros vendidos y suegras y suegros no pueden ser imparciales porque ya tienen favoritos.

Darle entrada a los tribunales electorales es como poner la iglesia en manos de Lutero.

Peor si lo anterior se hace como medida de chantaje, para llamar la atención, como presión moral “para ver si así entienden éstos”, como los románticos que recurren al suicidio como la máxima prueba de amor. Igual de peor si es solo por salir en los medios.

Sus intenciones son nobles: saciar su sed de democracia, limpiar y sanear la política de tantas lacras que la han podrido, hacer florecer una nueva sociedad, convivir sin miedo, sin mentiras, robos ni traiciones. Todo eso quieren, pero no lo han logrado y se sienten burlados y se desesperan y protestan y recurren a los tribunales electorales.

Desde mi punto de vista hace falta autocrítica y señalaré solo dos aspectos: la falta de unidad y de formación política. Primero: todos querían ser delegados y compitieron en lugar de sumar lo común para uno de ellos. Segundo, critican la compra y la venta de voluntades cuando esto solamente es posible en las personas que no tienen conciencia y eso es responsabilidad de todos. Una persona consciente no se deja comprar, no tiene precio.

Las personas pueden aceptar ser trasladadas, puesto que la constitución les otorga el derecho a expresar su voluntad y se debe garantizar el ejercicio de ese derecho. Lo que sí molesta a todos (casi todos) es que hubo pago. A algunos les molesta porque no estaban en el equipo de los compradores o porque no tenían el dinero suficiente para comprar. Es despreciable el hecho, tanto para el que compra como para el que se deja comprar, pero esto no se resuelve encontrando petróleo, adorando a la santa muerte, invocando al diablo o suicidándose, mucho menos recurriendo a los tribunales electorales. Esto se resuelve tomando conciencia, así lleve años la formación política, en una unidad que sume y nos haga saber que debemos salvar el barco antes que hundirnos todos. A no ser que lo que quieran sea que nos salve el diablo.

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