19 mayo, 2024

11S: Veinte años después, la guerra contra el terrorismo continúa

Sin embargo, los fracasos en Irak y Afganistán oscurecen el sorprendente éxito de un esfuerzo multilateral que involucra a casi 80 países.

El 31 de agosto, cuando el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, le dijo a una nación exhausta que el último avión de carga C-17 había salido de Kabul —que ya estaba controlada por los talibanes— le puso fin a dos décadas de desventuras militares estadounidenses en Afganistán. El mandatario defendió la salida frenética y manchada de sangre con una simple declaración: “Yo no iba a extender esta guerra para siempre”.

Sin embargo, la guerra continúa.

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Mientras Biden cerraba el telón sobre Afganistán, la CIA estaba expandiendo silenciosamente una base secreta en las profundidades del Sahara, donde opera vuelos con drones para monitorear a los militantes de Al Qaeda y el Estado Islámico (EI) en Libia, así como a los extremistas en Níger, Chad y Mali. El Comando de Estados Unidos para África reanudó los ataques con aviones no tripulados contra Shabab, un grupo relacionado con Al Qaeda en Somalia. El Pentágono está analizando si debe ordenar el regreso de decenas de entrenadores de las Fuerzas Especiales a Somalia para ayudar a las tropas locales en el combate contra esos militantes.

Incluso en la propia Kabul, un feroz ataque con aviones no tripulados contra hombres que se cree que eran conspiradores del EI y planeaban atacar el aeropuerto presagia un futuro de operaciones militares en esa zona. La operación, que el Pentágono calificó como un “ataque justo” realizado para evitar otro atentado suicida, mostró las capacidades “en el horizonte cercano” de Estados Unidos, para usar una frase usada por Biden. Los familiares negaron que los hombres atacados fueran militantes y dijeron que la operación mató a diez personas, siete de ellas niños.

Veinte años después de los ataques terroristas de septiembre de 2001, la llamada guerra contra el terrorismo no da señales de terminar. Aumenta y disminuye, en las sombras y afuera de los titulares mediáticos. Ya no se trata de un choque de época sino más bien de un conflicto de baja intensidad que estalla ocasionalmente, como en 2017, cuando militantes del EI emboscaron a soldados estadounidenses y locales en las afueras de una aldea en Níger, lo que ocasionó el fallecimiento de cuatro estadounidenses.

Hacer un balance de esta guerra es complicado porque no se puede separar de las calamidades generales de Afganistán e Irak. En esos países, Estados Unidos fue más allá de las tácticas del contraterrorismo con el fin de implantar un proyecto más ambicioso y nefasto para transformar a esas sociedades tribales fracturadas en democracias al estilo estadounidense.

Esos fracasos están grabados en las vergonzosas imágenes de los prisioneros de Abu Ghraib en Irak o los afganos desesperados que se cayeron de un avión estadounidense. Están documentados en la muerte de más de 7000 militares estadounidenses, cientos de miles de civiles y billones de dólares estadounidenses malgastados.

La guerra contra el terrorismo, en gran parte librada de manera encubierta, desafía esas métricas. Cada vez se trata más de socios. Gran parte ocurre en lugares distantes como el Sahel o el Cuerno de África. Las bajas estadounidenses, en su mayor parte, son limitadas. Y el éxito no se mide capturando una capital o destruyendo el ejército de un enemigo, sino dividiendo los grupos antes de que tengan la oportunidad de atacar tierra estadounidense o activos en el extranjero como embajadas y bases militares.

Bajo ese criterio, según dicen los expertos en contraterrorismo, la guerra contra el terrorismo ha sido un éxito indiscutible.

“Si el 12 de septiembre hubieras dicho que solo tendríamos 100 personas asesinadas por el terrorismo yihadista y solo un ataque terrorista extranjero en Estados Unidos durante los próximos 20 años, se habrían reído de ti”, dijo Daniel Benjamin, coordinador de la lucha contra el terrorismo del Departamento de Estado en el gobierno de Obama.

“El hecho de que eso estuviese acompañado de dos guerras hace que sea difícil para la gente analizar cuán exitosas han sido las políticas antiterroristas”, dijo Benjamin, quien ahora preside la Academia Estadounidense en Berlín.

Hay otras razones que explican que no se haya ejecutado un ataque extranjero importante: una seguridad fronteriza más estricta y la ubicuidad de internet, que ha facilitado el seguimiento y la interrupción de los movimientos yihadistas; o los efectos de la Primavera Árabe, que hicieron que los extremistas se preocuparan por sus propias sociedades.

Tampoco es exacto decir que Occidente está protegido del flagelo del terrorismo. El atentado del tren de Madrid en 2004; los atentados con bombas en el metro y el autobús de Londres en 2005; y los ataques de 2015 contra un club nocturno y un estadio en París, todos tenían el sello distintivo del tipo de operación bien organizada que desencadenó una tormenta de fuego y muerte en el bajo Manhattan y el Pentágono.

“La guerra contra el terrorismo solo puede evaluarse como una estrategia relativamente exitosa dentro del mundo occidental, y más en Estados Unidos que en Europa Occidental”, dijo Fernando Reinares, director del Programa de Radicalización Violenta y Terrorismo Global del Real Instituto Elcano de Madrid.

Sin embargo, en comparación con los fracasos generales en Irak y Afganistán, la “otra” guerra contra el terrorismo ha logrado su objetivo fundamental de proteger a Estados Unidos de otro ataque como el del 11 de septiembre.

La pregunta es: ¿A qué costo?

Los abusos y excesos de la guerra, desde la tortura hasta el asesinato por control remoto con drones, le han costado a Estados Unidos su autoridad moral en todo el mundo. Sus ejércitos ocupantes engendraron una nueva generación de franquicias de Al Qaeda, mientras que los combatientes vestidos de negro del Estado Islámico se adentraron en el vacío dejado por las tropas estadounidenses que partían en Irak. Y el drenaje financiero de una campaña antiterrorista en expansión ha sido enorme, alimentando los presupuestos militares incluso años después de que terminaron los principales combates en Afganistán e Irak.

¿Estados Unidos podrá sostener este gasto colosal en una era en la que Biden está tratando de recalibrar la política exterior estadounidense para abordar nuevos desafíos como el cambio climático, las pandemias y la rivalidad de las grandes potencias con China?

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