23 noviembre, 2024

Mejor malinterpretada, que silenciada. . . La Opinión de Jael Argüelles

La Opinión de Jael Argüelles. . . 7 de cada 10 mujeres mexicanas hemos sufrido algún tipo de violencia machista y esta situación continúa creciendo en cifras estadísticamente significativas. Cuidar de nosotras mismas, en el México feminicida, podría parecer un acto de supervivencia, y a menudo, una batalla política. Hemos aprendido a crecer en el silencio, como mudas; asumiendo que nuestro silencio nos protegerá, no únicamente de nuestros agresores, sino de los cuestionamientos, de las malinterpretaciones y de las afrentas que conlleva la revictimización abierta y desalmada de una mujer.

Calladas o silenciadas, decidimos omitir y, como niñas timoratas y aprensivas, encerramos el monstruo del trauma en nuestro armario. En tanto, nuestros victimarios permanecen radiantes e intocables, paseándose por la vida pública sin ninguna clase de reverberación o consecuencia que los evidencie como lo que realmente son. De hecho, en su defecto, tienden a vestir a la perfección lo que yo denomino como «máscaras de persona», similar a un puño de hierro disfrazado de un guante de seda. Así que, yo, una niña retraída al final del día, oculté el monstruo del abuso sexual en mi armario y lo alimenté durante años, temerosa de que al final éste acabara alimentándose de mí.

Mientras crecía, el monstruo adoptó diversas formas. A los 5 años, era sólo un rostro difuso e ignoto, como un ruido blanco que trepanaba entre los resquicios de mi cerebro; a los 12 años, se convirtió en mi abuelo. Dos veces callé, y dos veces necesité de una habitación vacía para escribir, como lo habría precisado Virgina Woolf. Y en aquella habitación solitaria siempre me pregunté quién habría sido sin las pesadas losas que impuso en mí la violencia de género a temprana edad. Me reinventé a mí misma y reinventé otro México urdido del mismo material quimérico del que se tejen los sueños.

A pesar de que sufrí y morí igual en el silencio, empecé a soñar con un México más amable y amoroso con las niñas como yo, donde todas pudiéramos florecer sin excluir a ninguna, y, a través de la política, comencé a sanar a la niña que eventualmente, en el orden natural de las cosas, dejé de ser. Encontré revulsión y combatividad en la palabra, en no callar, porque mi silencio jamás me protegió y lo cierto es que jamás te protegerá a ti.

Sin embargo, entre lo personal y lo político, debemos reconocer nuestro principal obstáculo: «las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo». ¿Existirá, algún día, un México que abogue por nosotras? Niñas, adolescentes, mujeres, transexuales, lesbianas, bisexuales, indígenas, afromexicanas, trabajadoras, amas de casa, pobres…

Pensemos, ¿y si nos quitáramos el velo rosa del feminismo blanco, característico de la derecha? ¿Y si pudiéramos individualizar la experiencia de cada mujer y trasladarlo en un proyecto de izquierda? ¿Qué tal si consiguiésemos arribar a la asimilación de que nuestras visiones personales, tan dispares como plurales, pueden contribuir a la acción política del país?

¿Y si pudiéramos, no sólo educar, sino reeducarnos en contra del machismo que ha permeado nuestra sociedad desde sus cimientos? ¿Si lográramos implementar un Sistema Nacional de Cuidados que visibilizara las labores domésticas y de cuidado que realizan las mujeres sin ninguna remuneración económica? ¿Y qué si esto, además, nos permitiera incorporar a las mujeres al trabajo remunerado, y asimismo, a garantizar el derecho al cuidado de las personas en las diversas etapas de su vida? A nuestros adultos mayores, a nuestros enfermos y, especialmente, a nuestras niñas y niños durante su primera infancia. Lo cual, a su vez, también significaría que dicha actividad económica se contabilizara dentro la economía formal, con un valor de 6.8 billones de pesos, lo que representaría 26.6% del PIB nacional, de acuerdo con el INEGI.

¿Y si, por otro lado, lográramos un acceso efectivo a la salud? Es decir, una estructura de salud sin estigma, que permitiera satisfacer los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres a través de métodos de planificación familiar y de la interrupción legal del embarazo. ¿Y si elimináramos la brecha salarial, de modo que hombres y mujeres ganáramos igual por el mismo trabajo?

Estos son los anhelos que contempla el proyecto de Claudia Sheinbaum. Una mujer de izquierda, científica, investigadora, activista, madre y abuela, cuyos afanes y sueños serán observados y medidos a través de una vara más rígida que otros, por el simple hecho de ser mujer.

Pero nosotras ya no callamos, y les decimos: «no más». Estamos aquí por la lucha de nuestras antecesoras, por los monstruos que todavía ocultamos dentro del armario y por el legado que entregaremos a la siguiente generación. Porque no hay olvido, y tampoco perdón, hemos tomado la decisión de recuperar los espacios públicos para la construcción del país que merecemos todas las mujeres mexicanas.

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