¿Te imaginas que existiera un lenguaje que te permitiera entenderte prácticamente con cualquier persona del planeta? Tal vez ahora mismo estés pensando en el esperanto, esa lengua artificial concebida para unir a los pueblos bajo un idioma común y que hoy lucha por su supervivencia. Sin embargo, hay otra lengua que utilizan ciudadanos de todo el mundo y que vive en tu smartphone. Se trata de los emojis, esos iconos que te ayudan cada día a matizar tus mensajes de texto o incluso a escribir frases enteras sin teclear una sola palabra.
El uso de estos iconos se ha extendido de tal manera que incluso celebran su propio Día Mundial del Emoji el 17 de julio desde el año 2014. La razón por la que se eligió ese día tiene que ver con el emoji que utilizaban originalmente plataformas como Apple en el icono de su aplicación de calendario.
Se trata de un lenguaje que se ha ido enriqueciendo con el paso del tiempo. Además de sumar paulatinamente nuevos iconos, el propio uso que realizamos de ellos va incorporando cada vez un mayor significado a esta nueva lengua. Nos ayudan a comunicar conceptos como la tristeza o la alegría con multitud de matices distintos. También a indicar si lo que escribimos se debe leer con un sentido irónico o a mantener conversaciones a base de dibujitos. Todo ello, sin un diccionario que indique el significado exacto de cada uno de ellos.
Precisamente la ausencia de reglas gramaticales hace que el significado de los emojis dependa tanto del uso que le dé el emisor como de lo que entienda el receptor cuando lo ve. Resulta que la famosa flamenca de WhatsApp no fue concebida originalmente como una bailaora, sino como una bailarina de tango, ni las manos con las palmas juntas representan una persona rezando o dos manos chocando. Aunque esa es la teoría, en realidad se trata de una característica más de un lenguaje, el de los emojis, en el cual quienes mandan son sus usuarios.
Cómo empezó todo
Los emojis son, en realidad, una evolución de los emoticonos que se utilizaban en las conversaciones de chats de los años 90. Se trata de símbolos que se construían a base de signos de puntuación para aportar matices al texto plano. Por ejemplo, 🙂 para indicar una sonrisa o 😯 para expresar asombro. Por su parte, el nombre emoji procede del japonés y se compone de “e” (dibujo) y “moji” (carácter).
No existe un consenso claro acerca de cuál fue el primer emoji de la historia, pero sí de cuándo estos dibujos se comenzaron a popularizar. Fue en 1999, cuando el diseñador japonés Shigetaka Kurita realizó un pack de 176 emojis en formato de 12 x 12 píxeles para una compañía de móviles llamada Docomo. Hoy, esa colección forma parte de la colección permanente del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA).
La popularidad de estos iconos creció rápidamente en Japón, entre otras razones porque permitía a los usuarios trasladar parte de esa comunicación no verbal que se perdía en las comunicaciones de texto. Por ello, la competencia de Docomo adoptó la idea de este lenguaje de símbolos, que acabó por extenderse a todo el mundo de la mano de compañías como Apple o Google.
Hoy, el organismo que decide qué emojis se añaden cada año a nuestras aplicaciones de mensajería es el Consorcio Unicode. Es un proceso exhaustivo y pueden llegar a pasar dos años desde que se esboza uno de estos símbolos hasta que aparece en nuestras pantallas. Además, la propia naturaleza de este lenguaje puede provocar que el uso que se haga de cada emoji sea bien distinto del que tenía en mente su diseñador cuando lo concibió.
Un lenguaje con todas las consecuencias
El trasfondo vital y cultural de los usuarios es el que acaba por otorgar un significado determinado a cada emoji, que se consolida gracias a su uso. Es lo mismo que ocurre con las palabras de cualquier lenguaje: sus hablantes son los que acaban por determinar qué expresan. Este es un rasgo que se hace especialmente patente en idiomas como el español, que se habla en diversos países, en los cuales una misma palabra puede llegar a tener un significado bien distinto.
Esta es la principal razón por la que en España tendemos a ver una bailaora de flamenco donde hay una bailarina más genérica o un demonio travieso donde, en realidad, hay un ogro japonés que se dedica a espantar a los demonios de los hogares. Incluso en un mismo país existen diferencias de interpretación entre usuarios. De hecho, hay quien piensa que una cara con ríos de lágrimas en los ojos es alguien muerto de risa, mientras que otros ven a una persona llorando desconsolada.
Por otro lado, la introducción de nuevos emojis también cambia el propio uso que se realiza de este lenguaje visual. Tal y como señala el diseñador de videojuegos e investigador Ian Bogost, a medida que se incorporan iconos cada vez más específicos, esa lengua evoluciona de un uso más abstracto e ideográfico a otro más literal, ilustrativo y específico. Esto, a su juicio, puede llegar a restar flexibilidad a un lenguaje que se caracteriza precisamente por esta cualidad.
Todos estos son rasgos lógicos en una lengua que cada vez es más universal. De hecho, la diferencia de interpretaciones no es un obstáculo para su uso. Al contrario: enriquece un idioma capaz de conectar incluso a usuarios con distintos alfabetos. ¿Alguien da más?