La neblina cerebral es un término coloquial que describe un estado de lentitud mental o falta de claridad y confusión que dificulta concentrarse, recordar cosas y pensar con claridad. También, desde los primeros días de pandemia, ha sido una condición que muchos experimentan después de contraer COVID-19.
Ziyad Al-Aly, médico científico dedicado a estudiar el COVID desde los primeros informes de pacientes con esta condición, ha testificado ante el Senado de los Estados Unidos como testigo experto sobre el COVID largo y publicado extensamente sobre este tema. En su artículo, nos explica como el COVID-19 deja su marca en el cerebro.
Tras cuatro años de haber pasado la epidemia mundial, abundante evidencia por parte de dos estudios a gran escala indican que ser infectado con el SARS-CoV-2, afecta la salud cerebral de muchas maneras.
Entre la serie de problemas se incluyen: dolores de cabeza, trastornos convulsivos, accidentes cerebrovasculares, problemas para dormir, hormigueo y parálisis de los nervios, así como algunos trastornos de salud mental.
El estudio reciente publicado en la Revista de Medicina de Nueva Inglaterra (New England Journal of Medicine, en inglés) evaluó las habilidades cognitivas de alrededor de 113,000 personas que previamente habían tenido COVID.
Como resultado, se encontró que aquellos infectados previamente sufrían un déficit significativo en la memoria y el desempeño de tareas. Por si fuera poco, el declive cognitivo fue evidente tanto en personas infectadas al inicio de pandemia como aquellos que fueron infectados con las variantes delta y ómicron, lo que sugiere que el riesgo de deterioro no disminuyó a medida que el virus evolucionó.
Las observaciones muestran reducción del volumen cerebral y alteración de la estructura cerebral en personas que presentaron síntomas leves, mismas que experimentaron una pérdida de 3 puntos en el coeficiente intelectual (CI), además de cambios equivalentes a siete años de envejecimiento cerebral.
En contraste, aquellos con síntomas persistentes, como la falta de aliento o fatiga tuvieron una pérdida mayor. El decrecimiento del CI de aquellos que necesitaron cuidados intensivos fue aún superior, equivalentes a 20 años de envejecimiento. Factores como la reinfección contribuyeron al nivel de deterioro del coeficiente intelectual, que en términos generales, podrían aumentar significativamente el número de adultos que requiere asistencia social.
Otro estudio realizado en Noruega involucró a más de 100,000 personas y documentó una función de memoria peor hasta 36 meses después de una prueba positiva de SARS-CoV-2. Los estudios muestran que incluso cuando el virus es leve y exclusivamente se limita a los pulmones, aún puede provocar inflamación en el cerebro y afectar la capacidad de regeneración de las células cerebrales.
Por último, un gran análisis preliminar que aglomera datos de 11 estudios que abarcan casi 1 millón de personas con COVID-19 y más de 6 millones de individuos no infectados mostró que el COVID-19 aumentó el riesgo de desarrollo de demencia de inicio nuevo en personas mayores de 60 años.
En resumen, estos estudios confirman que el virus COVID-19 representa un riesgo serio para la salud cerebral, incluso en casos menores.
Identificar a las personas en mayor riesgo y comprender cómo esto podría afectar la educación, la productividad económica se vuelve una tarea fundamental, además de estudiar como estos cambios influenciarán la epidemiología de enfermedades como la demencia y el Alzheimer para comprender las causas detrás de estos deterioros cognitivos y sus implicaciones a largo plazo.