Los hongos que pueden enfermarnos han recibido poca atención. Esto tendrá que cambiar pronto si queremos estar a salvo. Sabemos muy poco sobre mohos y levaduras patógenas en comparación con la amplia información que tenemos sobre bacterias y virus. A medida que grupos de científicos publican nuevos informes sobre las habilidades de estos organismos para infectarnos, ignorarlos será cada vez más difícil.
El reino Fungi es diverso y enigmático, sus múltiples funciones, estructuras y colores configuran bellezas únicas. Existen cerca de 150,000 especies descritas de hongos, pero se cree que hay millones por descubrir. Algunos destruyen huertos frutales y bosques, otros matan murciélagos y abejas. Los anfibios son testigos de su poder devastador: un par de hongos son los responsables de su mayor extinción.
La información epidemiológica sobre micosis en humanos es limitada, pero se calcula que estas matan a 1.6 millones de personas cada año, cifra que supera a las muertes por tuberculosis. El Fondo de Acción Mundial para las Infecciones Fúngicas (GAFFI), una de las poquísimas entidades preocupadas por esta situación, calculó que, con mejores diagnósticos y tratamientos, las defunciones causadas por hongos podrían disminuir a menos de 750,000 por año.
La falta de monitoreo es grave, pero esa es la situación que impera cuando hablamos de este tipo de afecciones: menos de 10 países tienen programas para vigilar infecciones y pocas naciones, menos de 20, cuentan con laboratorios para hacer diagnósticos apropiados.
Para prestar atención a los organismos más peligrosos, a finales de 2022, y por primera vez en la historia, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó la lista de hongos que constituyen una amenaza para la salud. Incluyeron a los Coccidioides, abreviado como Cocci, un género capaz de causar coccidioimicosis, una enfermedad conocida como “fiebre del valle”.
Al sur de Estados Unidos se tienen datos de Cocci desde 1930, pero no es una enfermedad de notificación obligatoria en todo el país. En otras regiones de América, donde también se han identificado infecciones, los enfermos no se contabilizan, es el caso de México. Con esto en mente, científicos de la Universidad de Texas y de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), entre ellas la bióloga especialista en Ciencias Biomédicas Edith Sánchez, hicieron un llamado a vigilar más y mejor a este hongo.
“La coccidioydomicosis es causada por dos especies: Coccidioides immitis y Coccidioides posadasii”, explica Sánchez, científica dedicada desde hace años al estudio de hongos de importancia médica. El microorganismo filamentoso vive como moho en el medio ambiente. La científica cuenta que habita zonas de clima árido y con poca precipitación pluvial, como el norte de México en los estados de Sonora, Nuevo León, Baja California y Coahuila.
En Estados Unidos se ha observado un aumento de casos y una propagación de estos en nuevas regiones que, señalan los científicos, son zonas que no se vigilan de forma adecuada. Un informe publicado en 2022 por el gobierno de California señala que la incidencia de la fiebre del Valle aumentó en los últimos 20 años. California y Arizona reportan el 97% de los enfermos de Estados Unidos.
Se cree que Cocci parasita a otras especies, y que al morir sus hospederos, señala Sánchez, el hongo queda libre en el medio ambiente. Entonces, sus estructuras denominadas hifas se fragmentan en filamentos y las personas adquieren la infección cuando inhalan las esporas, llamadas artroconidias.
La investigaciones señalan que las esporas se quedan en los pulmones y que se inflan como una especie de pelotas rellenas de otras más pequeñas. Cuando las pelotas más grandes, conocidas como esférulas, se revientan, liberan su contenido y el hongo se disemina por el tejido que encuentra a su paso. Esto ocurre una y otra vez mientras la infección persiste.
La también profesora del departamento de Microbiología y Parasitología en la unidad de Micología en la Facultad de Medicina de la UNAM indica que el hongo causa una micosis profunda que es difícil de diagnosticar. Aunque la incidencia anual en todo el mundo no se conoce, se sabe que el 65% de los pacientes son asintomáticos o tienen molestias similares a la gripe. Pero alrededor del 5% desarrollarán enfermedad severa, como se ha visto en personas inmunocomprometidas. En pocos casos, dice Sánchez, la mortalidad aumenta hasta el 80% .
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Los hongos patógenos parecen beneficiarse de los escenarios del cambio climático. Por ejemplo, debido al calentamiento global es probable que aumente la frecuencia y la gravedad de las sequías. En el suroeste de Estados Unidos se espera que esa situación propicie condiciones ambientales que los Coccidioides podrán aprovechar, pues se ha observado que hay más enfermos después de que pasan las sequías. En otras regiones, han detectado que las temperaturas más altas promueven la migración de patógenos que atacan cultivos hacia los polos.
Un estudio publicado en la revista GeoHealth en 2019 demostró que, en un planeta más caliente hacia finales del siglo, regiones como Estados Unidos, donde la coccidioimicosis es común, verán duplicada la enfermedad. Se expandirá hacia el norte, en particular hacia los estados secos del oeste. Incluso, hay reportes de afectados por la fiebre del Valle en Washington.
También habrá problemas si los hongos patógenos se adaptan a climas más cálidos. Aunque los hongos habitan ambientes muy diversos, incluyendo la Estación Espacial Internacional, por lo general no soportan temperaturas por encima de los 37 grados, pero si se llegan a adaptar a las altas temperaturas del futuro, el calor de nuestro cuerpo dejará de ser una protección.
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La investigadora de la UNAM explica que la mayoría de los hongos que producen infecciones profundas son de diagnóstico difícil. Con Cocci, detalla, la sintomatología es poco específica y se suele confundir con otras enfermedades respiratorias. Si los médicos no conocen la frecuencia de este padecimiento, debido a una vigilancia inadecuada, suelen dar tratamientos equivocados que no ayudan a los pacientes. Demoran mucho en dar con la causa y por lo general la encuentran cuando los pacientes ya están muy afectados.
A esto se suma, detalla Sánchez, que en México los diagnósticos se hacen de forma tradicional, es decir, se pone en evidencia la presencia del hongo en un microscopio mediante cultivos, pero la sensibilidad de estas pruebas es del 50%. La otra mitad no es detectado.
La investigadora señala que sí hay métodos más específicos para esta labor, como las pruebas de flujo lateral que usan en Estados Unidos y Argentina, pero que no están disponibles en México. Se trata de una prueba rápida, de uso fácil y poco invasiva. Tan solo requiere unas gotas de sangre o saliva para funcionar. “El costo no es elevado, pero por cuestiones administrativas y de permisos ante la Secretaría de Salud no han podido ingresar”.
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Entre 1989 y 1994, la coccidioidomicosis fue una enfermedad de reporte obligatorio en México. La científica indica que ese periodo coincidió con el trabajo de Antonio González Ochoa, pionero de la micología en este país. En ese tiempo reportaron “3,961 casos en los estados del norte”.
También se observaron episodios en zonas donde no se cumplen las condiciones climáticas que se relacionan con el hongo. “Puede deberse a que la población del sur del país migra a Estados Unidos y se infecta al cruzar el desierto de Sonora”.
En el 2000 surgió otro sistema para reportar la mortalidad por coccidioidomicosis, y hasta el año 2019 se reportaron 766 muertes. Aunque se observa una aparente disminución de casos, Sánchez señala que no está claro si las cifras se deben a una vigilancia inadecuada o a que la valoración solo es clínica y se contabilizó de manera diferente en ambos periodos. Sin embargo, señala que las científicas tienen razones para sospechar que la enfermedad podría estar más presente que antes, como se ve en los reportes del país vecino.
También está lo que encontraron Edith Sánchez y Laura Castañón en sus estudios epidemiológicos con intradermorreacciones en Sonora. Para realizarlos, usaron coccidioidina, un antígeno que sirve para indicar si los paciencientes están en contacto con el hongo. Encontraron que el 50% de la población de Sonora era positiva, lo cual no significa que tengan la enfermedad, pero si que tuvieron contacto con el microorganismo. Esa observación justifica la necesidad de un nuevo sistema de monitoreo.
Edith Sánchez señala que tener más información sobre estas enfermedades serviría para destinar recursos adecuados para tratar a los pacientes a tiempo. También ayudará a realizar campañas de concientización dirigidas al sector salud y a la población, e incluso a destinar recursos para hacer más investigación y desarrollar métodos diagnósticos.
Además, ayudaría a mejorar las terapias. Como con otras infecciones por hongos, el tratamiento para la fiebre del Valle suele durar mucho tiempo, en algunos casos, toda la vida. Además, los medicamentos actuales contra estos patógenos son particularmente tóxicos y causan efectos secundarios a nivel hepático y renal.
En cuanto a la prevención: no existen vacunas contra hongos patógenos. Por ahora, se investiga la posibilidad de crear algunas para prevenir coccidioidomicosis o candidiasis vulvovaginal; esta última está en la fase 2 de estudio, mientras que la primera se encuentra en investigación básica. Entre las dificultades para lograr estas inmunizaciones destaca que no se han detectado buenos marcadores moleculares. “Como comparten muchas moléculas de la pared y de la membrana, no se ha encontrado una que sea específica para algún hongo en particular. Nos puede estar metiendo ruido”. La otra cuestión es que “no se han tenido buenos resultados en cuanto a tener una respuesta inmunológica específica a largo plazo. Se necesita hacer más ensayos para determinar qué antígeno nos puede dar esa respuesta a largo plazo”.
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Clarificar el mecanismo de infección también sería útil para mejorar otras estrategias de defensa. Durante mucho tiempo se dijo que el hongo solo estaba en zonas desérticas de forma libre, pero las sospechas de que vive como parásito son fuertes. Si el hongo está asociado a alguna planta, no está del todo claro, pero se sabe que infecta a animales silvestres como armadillos y roedores. “Puede ser que la fase en que el hongo está libre sea corta y que la mayor parte del tiempo esté como parásito, es decir, que el hongo necesite de un huésped para sobrevivir. Entonces se libera cuando los animales mueren”, detalla Sánchez. Luego vuelve al medio ambiente y busca otro hospedero. Falta estudiar a detalle el mecanismo, pero ya han detectado genes que codifican para proteínas que le serían útiles para vivir como parásito.
Con más datos, dice la investigadora “a lo mejor ya no tendríamos tanto miedo de estar en las polvaderas que se hacen en el desierto, porque a lo mejor el hongo no está así tan de forma libre. El estudio nos ayudaría a determinar mejores medidas preventivas”.