La crisis económica que vive Cuba ha convertido la cotidianidad en un tipo de agobio del que no escapa casi nadie.
“Necesito Omestrasol en bulbo, mi nieto está ingresado en terapia por una infección rara y no hay ni en el Juan Manuel Márquez, ni en otros hospitales, ni en las farmacias”, telefoneó desesperada a un amigo la abuela Ignacia, en el comienzo de un día tan común como muchos en la isla.
La crisis multiforme que se mantiene desde hace varios años no solo implica el desabastecimiento de alimentos, la tensión energética aun latente por los cortes diarios del servicio eléctrico o la falta de dinero para importar insumos básicos, sino que afecta la salud.
“Lo último que le puede ocurrir a cualquiera ahora es enfermarse”, comenta a MILENIO Roberto P., de 50 años, quien diagnosticado de cáncer cuenta con las bolsas necesarias para evacuar sus heces gracias a los amigos, porque no se encuentran en el mercado. “Oiga, sin ellos yo no sé qué iba a ser de mí”, enfatiza.
Y los casos de Roberto, de Ignacia y de su nieto de apenas tres años son parte del día a día cubano, bajo la presión de cientos de sanciones económicas de Estados Unidos y las insuficiencias de un esquema productivo y de servicios “demasiado controlado por el estado”, en el decir de expertos.
Cuba produce más del 70 por ciento de los medicamentos básicos que necesita la población de la isla, pero una combinación de factores que van desde la falta de moneda dura para importar las materias primas imprescindibles por las presiones de Estados Unidos, hasta deudas sin saldar a proveedores extranjeros hacen que la oferta tampoco cubra la demanda.
En ese contexto, el país no dispone del dinero necesario para suplir con importaciones la baja producción de fármacos.