Adoptó la glásnost y perestroika, reconsideró el legado de siete décadas de régimen comunista e impuso un nuevo rumbo. Bajo su liderazgo llegó el fin de la Guerra Fría y la disolución de la Unión Soviética.
Mijaíl S. Gorbachov, cuyo ascenso al poder en la Unión Soviética puso en marcha una serie de cambios revolucionarios que transformaron el mapa de Europa y pusieron fin a la Guerra Fría que amenazó al mundo con la aniquilación nuclear, murió en Moscú. Tenía 91 años.
Su muerte fue dada a conocer por las agencias de noticias estatales rusas, que mencionaron al hospital central en Moscú. El informe decía que había muerto tras “una larga y grave enfermedad”, que no se especificaba.
Pocos líderes del siglo XX, de hecho de cualquier siglo, han tenido un impacto tan profundo en su época. En poco más de seis años tumultuosos, Gorbachov levantó la Cortina de Hierro, alterando de manera decisiva el clima político del mundo.
En su país prometió y brindó mayor apertura mientras se dispuso a restructurar la sociedad y una economía en dificultades. No fue su intención acabar con el Imperio soviético pero a cinco años de llegar al poder presidió la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Finalizó los infortunios en Afganistán y, en cinco meses extraordinarios de 1989, se mantuvo firme mientras el sistema comunista implosionaba desde los Bálticos hasta los Balcanes, en país ya debilitados por una corrupción generalizada y economías moribundas.
Debido a esto, lo acosaron por igual los conspiradores comunistas de línea dura y los liberales decepcionados: los primeros porque temían que destruiría el viejo sistema y los segundos por miedo a que no lo hiciera.
Fue en el extranjero donde lo calificaron de heroico. Para George F. Kennan, el distinguido diplomático y sovietólogo estadounidense, Gorbachov era “un milagro”, un hombre que veía el mundo tal como era, sin ceguera ante la ideología soviética.
A pesar de las dificultades que enfrentó, Gorbachov tuvo éxito al cambiar drástica y permanentemente el carácter político, económico y social de lo que alguna vez fue la Unión Soviética, así como el mapa completo de Europa del Este. Pero él, más que nadie, sabía bien cuán corto se había quedado.
En una entrevista durante sus últimos días como presidente, le dijo a The New York Times, “aún con todos los errores de juicio y de cálculo —o, por el contrario, con los grandes saltos hacia adelante que dimos—, conseguimos hacer la parte fundamental del trabajo preliminar, político y humano”.
“En ese sentido”, añadió, “será imposible que la sociedad retroceda”.